Cristo crucificado y resucitado
«Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (Cf. 1 Cor. 15, 3-4)
Al ser el bautismo el núcleo de Redemptoris Custos, asumimos el crucifijo de San Damián, más conocido como el crucifijo de San Francisco de Asís, para que nos ayude a tener siempre vivo el Kerigma, es decir, la muerte y resurrección de Jesús, ya que es un icono donde aparece muy claramente el misterio pascual del cual somos participes desde el momento de nuestro bautismo.
La cruz de San Damián y la imagen de Jesús de la Divina Misericordia nos ayudan a profundizar en ese misterio de amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo, y deseamos que haga de todos los miembros de Redemptoris Custos apasionados evangelizadores en la Iglesia. Decía San Bernardo:
«¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro, sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con seguridad, sabiendo que Él puede salvarme… Si cometo un gran pecado, me remorderá la conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo…? Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con la lanza; y, a través de estas hendiduras, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor… Las heridas de su cuerpo nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios»
Asumimos el gozoso compromiso de implorar la misericordia divina para Redemptoris Custos y para el mundo entero, lo hacemos haciendo uso de aquellos medios sencillos que tenemos en la Iglesia como pueden ser el viacrucis, la coronilla de la Divina Misericordia, la meditación de la Pasión del Señor, etc.
Redemptoris Custos pide la gracia de ser esa «posada» donde Jesús, «el Buen Samaritano» (Lc. 10, 30-37) puede confiarnos a los hermanos con la certeza que cuidamos, hasta el extremo y al detalle, todo gesto y palabra de misericordia que pueda curar sus heridas.
Humildemente buscamos que nuestras vidas sean encarnación de la misericordia de Cristo para toda persona de cualquier raza, sexo, religión o condición social.
Miramos y nos acercamos a las heridas de Cristo en toda la humanidad, en cada hermano, pero llenos de esperanza en su Palabra que nos dice:
«Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn. 16, 33)
Intentamos, desde nuestra pobreza, con las obras de misericordia espirituales y corporales responder a las palabras de Jesús en la Cruz:
«TENGO SED» (Jn. 19,28)
lo hacemos con la esperanza que nos da la fe:
EL AMOR HA VENCIDO LA MUERTE. ¡¡¡CRISTO HA RESUCITADO!!!
Oración
Expiraste, Jesús; pero la fuente de vida brotó para las almas,
y el mar de misericordia se abrió para el mundo entero.
¡Oh, fuente de vida, insondable misericordia divina!,
abarca el mundo entero y derrámate sobre nosotros.
¡Oh, sangre y agua que brotaste del Sagrado Corazón de Jesús,
como una fuente de misericordia para nosotros, en Ti confío!
Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero.
Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal,
ten misericordia de nosotros y del mundo entero.