Skip to content Skip to footer

Christifideles Laici

Con la Exhortación apostólica Christifideles Laici queremos profundizar en la misión que todos tenemos desde el bautismo: ser misioneros de Jesús en medio de nuestro mundo. Es urgente que todos despertemos de nuestro letargo espiritual y reconozcamos que tenemos delante un mundo que indirectamente pide que los cristianos empecemos a darles lo que les pertenece y que Cristo nos ha confiado desde el bautismo.

Jesús nos dice en su palabra: 

“Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5, 13-16).

El anuncio del Kerigma: Cristo ha muerto y resucitado para el perdón de nuestros pecados y para darnos vida eterna, es la gozosa misión que Jesús ha confiado a todos en la Iglesia. Son miles de cristianos que están en la Iglesia consumiendo sacramentos pero sin vivir una fe misionera.

Que el conocimiento de la Exhortación del Papa San Juan Pablo II sea para Redemptoris Custos una luz que alumbre nuestro peregrinar como cristianos en medio del mundo y nos ayude a ser hijos maduros de la Iglesia con los cuales ella pueda contar para llevar a cabo la misión confiada por Cristo. Así se lo pedimos a nuestra madre la Virgen misionera y a San José el custodio del Redentor.

Oración

Oh Virgen santísima
Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, con alegría y admiración
nos unimos a tu Magnificat, a tu canto de amor agradecido.

Contigo damos gracias a Dios, «cuya misericordia se extiende
de generación en generación», por la espléndida vocación
y por la multiforme misión confiada a los fieles laicos,
 a vivir en comunión de amor y de santidad con Él
y a estar fraternalmente unidos en la gran familia de los hijos de Dios,
enviados a irradiar la luz de Cristo y a comunicar el fuego del Espíritu por medio de su vida evangélica en todo el mundo.

Virgen del Magnificat, llena sus corazones de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión.

Tú que has sido, con humildad y magnanimidad,
«la esclava del Señor», danos tu misma disponibilidad
para el servicio de Dios y para la salvación del mundo.
Abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas
del Reino de Dios y del anuncio del Evangelio a toda criatura.

En tu corazón de madre están siempre presentes los muchos peligros
y los muchos males que aplastan a los hombres y mujeres
de nuestro tiempo. Pero también están presentes tantas iniciativas de bien,
las grandes aspiraciones a los valores, los progresos realizados
en el producir frutos abundantes de salvación.

Virgen valiente, inspira en nosotros fortaleza de ánimo
y confianza en Dios, para que sepamos superar
todos los obstáculos que encontremos
en el cumplimiento de nuestra misión.
Enséñanos a tratar las realidades del mundo
con un vivo sentido de responsabilidad cristiana
y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios,
de los nuevos cielos y de la nueva tierra.

Tú que junto a los Apóstoles has estado en oración
en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu de Pentecostés,
invoca su renovada efusión sobre todos los fieles laicos, hombres y mujeres,
para que correspondan plenamente a su vocación y misión,
como sarmientos de la verdadera vid,
 llamados a dar mucho fruto para la vida del mundo.

Virgen Madre,
guíanos y sostennos para que vivamos siempre como auténticos hijos
e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios
y para su gloria.

Amén.